jueves, 4 de diciembre de 2008

BEATA OCAÑA, ¡VIVA!

La alegre comitiva partió puntual al llegar el carro de caballos a la puerta de La Rosa De Vietnam, en la calle Peu de la Creu del Raval. Eran las cinco y media de la tarde de un sábado de noviembre, la luz se despedía blanquecina, como en un sueño. Dentro del carro, dos damas con peineta, mantilla y minifalda. Travestis de las de antes, locas y precarias, nada impecables. Un chico trajeado cual ganster llenaba la estrecha calle con la melodía ininterrumpida de su saxo, esa música que recorre la película de Ventura Pons y que te transporta a las Ramblas cuando todavía no eran una cinta transportadora de turistas huraños y desconfiados, a las Ramblas de finales de los setenta en las que Ocaña era su indiscutible y descarada reina.
En la calle aguardábamos una veintena de procesionarias. La maestra de ceremonias con túnica blanca, corona de hojas y maquillaje sabiamente descuidado repartía claveles rojos. Tras el carro de caballos, fueron saliendo los dos pasos tambaleantes. Las dos vírgenes de papel maché rodeadas de lirios blancos a hombros de la corte de costaleros: las maricas de ayer y de hoy. Los claveles empezaron a volar hacia las vírgenes al grito de: Ocaña Beata, ¡viva!
Partió la procesión alegre y desordenada.
Los niños y las niñas ya no salen solos a la calle, salvo en El Raval. Una manada de pequeños -rumanos, pakistanies- se sumaron al cortejo curiosos y animados. Lanzaban los claveles y no se perdían un detalle de la feliz comitiva.
Lolito Power dió relevo a uno de los costaleros, que era demasiado alto y acusaba su espalda. Y pudo portar emocionado a la virgen de las desviadas.
Algunas viejitas se asomaron a la calle desde sus balcones atraidas por el jaleo. Al ver pasar a la virgen, sacaron de no se sabe qué cajón confeti. Y lo lanzaron sobre nosotras como nieve mágica.
Las damas de mantilla y plataformas posaban ante los pasos. En un momento, el carro que precedía el desfile, equivocó el rumbo y bajó la calle Joaquin Costa. Los caballos no tienen marcha atrás. Las vírgenes y sus seguidoras alcanzamos la Plaça dels Àngels e hicimos círculo frente al MACBA, entre grupos de skaters y viandantes que ya no se sorprenden por nada en Barcelona. La maestra de ceremonias procedió a la beatificación: posó una corona de ángeles manufactura de la artista y pre-beata sobre un capgros. La lluvia de claveles rojos no cesaba.
Por fin llegó el coche de caballos tras rodear la plaza, las damas andaluzas se bajaron y una de ellas -me dijeron que era la Fernanda, hermana ramblera de Ocaña- leyó un poema.
Ocaña alcanzó el Sol. Había muerto hace 25 años en su pueblo de Sevilla incendiado en un traje de fiesta: sólo a una diosa se le ocurre prender vengalas a un vestido con forma de estrella de plástico.
En medio de la celebración, vimos a nuestros pequeños y espontáneos acompañantes. Se habían subido al carro de caballos. Ocaña hubiese estado orgullosa de que en su homenaje unos niños emigrantes callejeros se sumaran con tanto descaro y alegría al festejo.
Habrá quien piense que Ocaña se merecía mayor recuerdo. Yo creo que la Barcelona institucional de hoy, tan pija, tan rancia, tan depredadora, no se merece memorar a Ocaña. Sería un insulto para este artista trasgresor, marginal, popular y dichoso. Las maricas y las travestis que fueron sus hermanas, las que sobrevivieron a la represión franquista, al sida, al alcóhol, a la tristeza de ver morir la Barcelona fructífera y subversiva con Ocaña, estaban allí aquella tarde. Las otras, las que viven pero les ha convenido olvidar, no estaban. Y las que llegamos más tarde, las que bordeamos cada día la Rambla para no transitarla tan degradada -salvó en aquella mítica acción de post_op en 2004 frente a la Boquería-, las que hallamos en las oscuras calles del Raval nuestra guarida, nuestra liberación, las que no conocimos a Ocaña pero sentimos su risa bajo la piel, algunas de nosotras estábamos allí. Orgullosas, sintiendo por un ratito la vibración de aquella Barcelona pobre, nada fashion, cabaretera e irreverente.
BEATA OCAÑA, ¡VIVA!

No os perdáis este video: la reina travesti desfila por La Rambla. Las gentes "normales" saludan a Ocaña y le dejan pasear a su bebé en el carrito, ¿alguién me va a decir que hoy somos más libres y tenemos menos miedo al otro?