Mi madre nació el día en que Marylin Monroe cumplía 13 años. Todos los uno de junio anuncia que llegó a este mundo la misma fecha que la inolvidable y superdotada rubia. Hoy lo volverá a recordar. No se termina de creer que he regresado a Iruñea porque no soportaba estar lejos de ella más tiempo, fueron 18 años. Entre otras cosas, casi no paro en casa. Pero necesito fijar mi hogar, mi morada, mi zulo, donde esté ella. Un punto de referencia al que volver. Yo nunca seré madre, pero soy hija. Lo de confesarme como feminista de la diferencia desesencializada es más que una broma.Adoro cocinar para ella, ver juntas el culebrón, escucharla cantar por el pasillo las coplas más surrealistas, conversar, llevar a gente a casa para entretenerla y que siempre salgan enamoradas de ella, dormirme con la seguridad que me da entrever la luz de su habitación encendida hasta altas horas porque es incapaz de postergar un buen libro, pintarle esos párpados de actriz de los cincuenta hoy arrugaditos y observar como renace la eterna belleza.
A veces es más pesada que una vaca bajo el brazo, como todas las madres. Pero creo que es la persona que menos me ha juzgado en la vida. Ella no tiene prejuicios, jamás me trasmitió el más mínimo halo de racismo, sexismo, transfobia,... Hay algo en su interior que se ha mantenido intacto a pesar de los avatares, de las décadas, de los cambios, de las renuncias, de la pobreza, de las violencias. Sin duda la clonaría para repoblar el mundo.
He tenido la suerte inmensa de que me tocara en la lotería familiar semejante madre, compensa con creces el nefasto boleto paterno, con creces. Ya no soportaba más las despedidas. Los últimos años, cuando regresaba a Barcelona de una visita, el estómago se me volvía de piedra en el ascensor al ver su silueta encogidita en el marco de la puerta. Ella ya se había acostumbrado, pero para mí era cada vez más desgarrador.
Así que aquí estoy, disfrutándola. Esta es mi casa, donde ella viva.
(Con una madre así, como para no haber salido bollera.)
