La última vez que la vi, yo regresaba de trabajar un sábado por la noche agotada y ella estaba haciendo una mudanza. Sólo a Natacha se le podía ocurrir mover bártulos a las cuatro de la madrugada. En las semanas anteriores ella se había enfadado conmigo misteriosamente, solia enrabietarse con la gente que éramos importantes en su vida. Me vio en la calle, se lanzó sobre mí, me abrazó como una salvaje y con lágrimas en los ojos me dijo: Isi, a pesar de lo que ha pasado entre nosotras (ni ella lo sabía) yo te quiero mucho, mucho. Estuvimos unos minutos entrelazadas, las dos estábamos borrachas para variar. Me gusta que ese abrazo pegajoso de boa sea lo último que tuve de ella. Y mil recuerdos delirantes, amables, esperpénticos, eufóricos,... porque Natacha eligió convertir los días en un gran bodevil. Y eso me parece de una inteligencia hermosa y extrema.
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