Ayer me sumergí morbosamente en el telefilm que estrenaba Tele5 sobre la Pantoja. Esta mujer tiene menos esperanza de que la dejen en paz que Afganistán, como diría Doris Lessing. Para colmo, la cadena que levantó la veda sobre la tonadillera aprovechó el día que hubiera cumplido años su difunto y torero marido para dedicarle semejante regalo a ella. La película, para colmo del mal gusto, arranca precisamente cuando la viuda comienza a recuperarse emocional y profesionalmente. Y se centra, por supuesto, en la leyenda de su relación con la lesbiana más ultrapoderosa y megapérfida de todos los tiempos: Encarna (el Mal) Sánchez. Lo mejor que se ha dicho y se dirá sobre ellas fue aquel especial nochevieja 1991 de Martes y Trece. Yo lo vi en directo y no me enteré de nada, qué ingenua era. Pero me morí de la risa. Mucho después llegó El Tomate como lo cuatro jinetes del apocalipsis, y me enganché cual mona a su árbol. Cómo se sobraban, por Dior. Llegaron a señalar que, cada vez que Encarna llegaba a Barcelona, desaparecían varias púberes vírgenes. Eso sí que es
encarnar a la lesbiana aristocrática y depredadora al gusto del imaginario más heteropatriarcal. La Barberá parece una teletubi al lado de la maligna Sánchez. No de Marta, claro está. (Jo, por qué estaré tan brillantemente dotada para formular temas de tesis y tan vagamente para acometerlas. Imaginad:
Dos rubias Sánchez, dos modelos contrapuestos de mujer. Ya me acusaron una vez en Gente de "llevar a la Pantoja a la universidad" cuando impartí en Sevilla un taller de Pantojismo. Hasta pusieron unas declaraciones de la mismísima hastiada de que todo el mundo quiera aprovecharse de su nombre. Justo acababan de detenerla por el caso Malaya y las cámaras nos perseguían a nosotras. Hasta una redactora del programa de AR le interrogó a Beatriz Preciado -organizadora del seminario- por la teoría
qeerr. En cuanto comprendieron que éramos unas freakis feministas, pasaron para siempre de nosotras, afortunadamente.)
Pero anoche, no fue la enésima reproducción del paradigna lesbiana mayor mala inicia a jovencita despistada lo que me enervó, sino semejante retrato sin sangre a lo ameba zarandeada por el destino que se ofreció de La Pantoja. Coincido a pies juntillas (qué expresión más ridícula, nunca la había utilizado) con el gran amigo telecotilla de la última tonadillera viva (¿por qué siempre daremos a Mari Fe de Triana por fenecida?) Luis Rollán: lo peor de este telefilm es que I.P. quede privada de la más mínima personalidad alguna. Ni cuando dedican una narración a una mujer son capaces de dotarla de carácter propio. Parece un personaje secundario en su propia historia. No hay nada más enfermizamente machista, qué obsesión con arrebatarnos la voluntad. Todo, todas, le pasan por encima. Simplemente, no me lo creo. Una pena, tanta pasta (lo mejor es el vestuario de la mismísima y esas gafas de sol de viuda mafiosa) y tanta intromisión para desposeerla de si misma, quien sea ella. Pero seguro que no es esa. De tan difuminada, ni mala la pintan.
"Aquel primer taller de Pantojismo, allá por el 2004. Esta foto me ha ayudado sobremanera a perseverar en una de las decisiones más difíciles que tomo en mi vida de vez en cuando: dejarme crecer el flequillo. Ya queda menos."