(I.Z. este verano mostrando su recién estrenado lesbianismo golden entre dos apuestos timadores: Bastián y Mario. Foto de Kali Sánchez.)
Dolce rivoluzione... por fin está en mi piel. Desde mayo de 2009 que necesitaba tatuármela. Gracias a Mery, Jordana y Anto por compartir con nosotras este sortilegio. Me siento más fuerte con esas divinas palabras en el brazo.
Dedico esta entrada a mi amada Lady Katana, Auro de Medeak. Porque siempre me has apoyado en todo y has sido la única en comprender a la primera mi devenir golden. Y porque en los tiempos más oscuros, estuviste ahí como muy pocas. Y eso que casi no nos conocíamos.
La primera vez que caté hembra fue hace catorce años. Para entonces habían pasado por mi cuerpo (a menudo arrasando) innumerables tíos. Innumerables porque a muchos prefiero no recordarlos. Y desde entonces hasta ahora, otros muchísimos más. Algunos maravillosos y otros todavía más olvidables que los anteriores. Pero el proceso por el cual mi deseo iba a lesbianizarme paulatina e irreversiblemente lo intuí antes incluso de aquella primera noche, de aquella primera chica. Ya con quince años logré introducirme un tampón y mandar al carajo las odiosas compresas tirada en el suelo de mi baño, con la luz apagada, tocándome y pensando en Madonna. Todo era cuestión de tiempo...
Un novio encantador que tuve me lo dijo en una de nuestras últimas escenas juntos: acéptalo, eres bollera!!! Yo pensé en ese momento: pobre tonto, qué coño sabrás tú. Pero si que sabía. Me conocía sexualmente, habíamos participado en bastantes tríos y los dos nos lanzábamos al cuerpo de la tercera en concordia cual vampiresas a vena rebosante. Nunca he sentido la misma veneración por el cuerpo de un hombre. Nunca el mismo grado de excitación, de hormigueo, de éxtasis. Después de aquellas primeras experiencias me lié con una amiga que resultó estar como una chota. Terminamos fatal, fatal. Pero follábamos como diosas. Fue con ella como descubrí que era multiorgásmica (mi padre siempre me decía: a ver si lo heredas de tu madre, espero que sí). Fue con ella cuando me corrí por primera vez en plan tsunami. Yo tenía 23 años y varios imbéciles todavía por delante. Pero nunca olvidé la eléctrica tibieza de su cuerpo.
Como además de golden soy reputa, decidí no malgastar mi ardiente juventud en las puritanas tierras vascas (sobre este gran tema versará mi próximo libro para Txalaparta). Y me sexilié a Barcelona. En sus arrabales hallé una legión de perras lúbricas con las que retozar, mis amigas.
En los últimos años he transitado por el cuerpo de muuuchas hembras. Y cada día me gustan más. Con otras mujeres he desarrollado la sexualidad que siempre ansié: con mucho placer y poco peligro. Además, me sacan el manolo que llevo dentro y eso me encanta. Como solemos decir Nagore Gore y yo: en el fondo somos unas butch travestidas.
Es muy curioso cómo la gente reacciona cuando anuncio que he devenido lesbiana golden. Han llegado a objetarme: ¿pero por qué te limitas? Hay que joderse. Cuando era la bollera manchada de semen entre las que sólo follaban con chicas, escuchaba todo el tiempo: ¿pero cómo puedes follar con tíos? Ahora que mi cuerpo sólo me pide hembras, parece como si la gente necesitara que siguiera siendo la omnívora de siempre. Qué mal se aceptan los cambios a veces. O es que el caso es cuestionar a la otra por sistema.
A mí me suda la raja. Ande yo caliente (nunca mejor dicho)...
El mandato heterosexual estaba mucho más incrustado en mí de lo que jamás me hubiera permitido aceptar (ya escribí sobre esto). Yo tan feminista radikal prioricé durante años emparejarme con tíos... aunque follase sobre todo con chicas. Todo esto a pesar de que me daba vergüenza visibilizarme socialmente como hetera, lo confieso. Cuando mi pareja ha sido un trans masculino (divino Maro) me incomodaba a veces que la gente lo asimilase como un hombre de verdá. Menos mal que él lo entendía...
Es curioso porque últimamente se nos ha cuestionado desde determinados entornos trans que nos digamos bolleras y luchemos desde ahí. ¡Cuánta lesbofobia, mecagoendios! Así que con la boca todavía más grande y coincidiendo con esta autodeterminación de mi deseo grito: soy lesbiana golden.
PD1: En los últimos años de mi vida, el único hombre de verdá con el que he retozado es mi kerido Erri. Está muy bueno, es adorable, gran amigo, muy listo y folla muy bien. Una amiga común me dijo: Erri no cuenta como hombre. Todo un halago hacia él, sin duda. Así que sigo siendo golden.
PD2: Golden se autodefinen aquellas lesbianas que JAMÁS han catado varón. Por lo tanto, que yo me diga golden con mi historial es una auténtica aberración. Por eso me encanta. Marina me dice que me autodetermine como quiera (para algo soy vasca) pero que mi insistencia no tiene fundamento alguno. Laura, que es tan golden como yo argumenta:
a) se es más golden cuando has follado con más chicas, por lo tanto nosotras, por mucho que nademos en piscinas de semen, como buenas putas nos hemos tirado a muchas más mujeres que la mayor parte de lesbianas de pedigrí monógamas que mantienen su cuerpo vetado al macho
b) a esas que se dicen golden, ¿cómo pueden saber que son tan lesbianas si nunca han probado hombre? Nosotras nos hemos arrastrado largamente por la heterosexualidad para llegar hasta aquí, es una decisión muy meditada y empírica.
A mí me encanta mancillar un término tan puro con nuestra bravuconería de manolos con faldas. Este punto competitivo masculino que nos entra con el "soy más golden que tú" (frase de Laura). Y por otro lado, ¿por qué hostias se pretenden quedar esas marimachas con un término tan glamouroso como golden? No os pega nada, keridas. Nosotras sólo estamos recuperando lo que es nuestro. Llamaros "lesbianas de cuadros", ya veréis como no pugnamos por tal identidad.
BYE BYE HETEROLAND
Foto de María Pelikorta.