Mientras me sigo planteando cómo deshacerme de este blog sin quedar numantinamente aislada en la red (no tengo facebook ni nada que se le asemeje), pasan los meses y la limusina yace cada vez más desguazada en el descampado de mi vida. Nunca se me dio bien zanjar las cosas con dignidad, probablemente por simple pereza. Acabo de regresar a casa con una garrafa de agua y la mala hostia de todos los súcubos del infierno. Como María duerme, me expreso por aquí para calmarme y transformar la rabia en mensaje mañanero a la humanidad. Debían ser las once cuando he amanecido, el aire en Barcelona arde. Mi cuerpo ha gritado: agua. No quedaba embotellada y la del grifo... cualquiera que haya habitado el Raval sabe que no es una opción. Me he calzado las chanclas y un vestido de algodón ancho de tirantes. Desde casa de María hasta el ultramarinos pakistaní más cercano hay apenas un minuto. Suficiente para toparme con varios gilipollas mirones. Mantengo la cabeza alta y la mirada fija al frente, a veces ignorar su acoso presencial es mi respuesta elegida. No quiero que las primeras palabras que salgan de mi boca este día que promete ser tan amable como otro en mi vida vayan dirigidas a un anónimo acosador. Me hago con mi bidón de cinco cristalinos litros y regreso a mi guarida por otro camino. Entro en el portal y la puerta no se cierra tras de mí. Normalmente soy yo la que la empujo para asegurarme de que nadie se cuela, ya intentaron violarme así cuando tenía quince años una tarde de domingo. Pero hoy estoy medio dormida y son las once de la mañana, conyo. Voy por el quinto escalón cuando una voz masculina me reclama a mi espalda. "Perdona, perdona, ¿dónde te has hecho ese tatuaje? Es que venía mirándolo detrás tuya y bla bla..." Cualquiera a quien le interesen mínimamente los tatuajes sabe que es una pregunta de lo más gilipollas, pero aún mi empatía compulsiva con el prójimo me lleva a informarle sobre la ciudad en la que me tatúe. Entonces, tras su estúpida pregunta trampa ese imbécil que me ha seguido hasta el portal e interpelado engañosamente me suelta: lo que más me gustan son tus pechos ahí sin sujetador (y mueve sus manos simulando el movimiento). Le contesto cínica algo como: tú eres un poquito gilipollas, seguirme para decir semejante chorrada,... Vamos, lo que se me ha ocurrido en el momento sin mostrarle la indignación que ellos buscan. Sabía que no me encontraba en una situación de peligro a pesar de su asalto, pero jode que el primer contacto con el mundo exterior sea tan miserable. Él tiene acento andaluz, lo indico solamente porque su aspecto es de pijo sevillano. O de marica estirada. Es a lo que iba. Amigos maricas, tal y como están las cosas no esperéis nuestra espontánea amabilidad y reconocimiento. Y no os quejéis si lo primero que nos sale al toparnos con vosotros sino os conocemos sea una mueca de hastío. Ya no es tan fácil distinguiros y ellos, los machos, son un incordio permanente en nuestras vidas. En el mejor de los casos.
Al entrar en casa diviso a María tumbada, espléndida y desnuda. Ya tenemos agua. Y yo me celebro por ser bollera. One more time.
Y aprovecho para colgar (si es que esta vez puedo, no, parece que no) uno de los últimos vídeos de la fabulosa Alicia Murillo en su serie El cazador cazado. Hoy hubiera sido una ocasión perfecta para grabar al mameluco que no ha podido resistirse a perseguirme e importunarme por el movimiento de mis tetas. Alicia explica detallada y certeramente qué hay detrás de esos piropos (qué palabra más horrenda) que tratan de resituarnos a las mujeres cotidianamente en la vulnerabilidad que nos reserva este heteropatriarcado tan asfixiante como el aire que me circunda hoy en Barcelona.
http://atravesespejoalicia.blogspot.com.es/
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